¿No te da pena que crezca?

¿y no te da pena que crezca?

A veces me sorprende lo común que es esta pregunta. De hecho, en muchas ocasiones no es una pregunta. Es una afirmación:

«Qué pena que crezcan tan rápido». 

Otras veces es una amenaza

«Disfruta ahora que después viene (según la etapa aquí se dice una u otra cosa)». 

Pues a mí no me da pena que crezca. 

No, no me da pena que crezca. De hecho me gusta.

Me gusta la nueva fase, más que la de bebé, aunque quede raro decirlo.

Me gusta que ella sea un lorito, que quiera investigarlo todo, que ande arriba y abajo, que disfrute estando con personas distintas…

Me gusta tener mi cuerpo un poco más para mí y menos para nosotras; me gusta cocinar casi tranquila (por un instante) mientras ella baila en la cocina, me gusta cantar una canción y escucharla hacer los coros.

Me gusta que sea más independiente y sentir que cada vez es un poco más ella, con sus preferencias, sus cosas que no le gustan, sus decisiones y su sonrisa sincera.

Me gusta conocerla cada vez más como persona y sentir que irremediablemente voy creciendo a su lado para seguirle el ritmo.

Me gusta que duerma, hacer balance y ver que aunque me ponga al límite en diez momentos del día, la mitad de las veces he inventado un montón de recursos que ni me imaginaba que tenía.

Si, la mitad de las veces, la otra mitad hago lo que puedo.

Aprender a celebrar las metas realistas es parte de mi crecimiento obligado.

Me gusta que los días pasen y sentir que ella es más ella, yo soy más yo y ese nosotras que antes era una pieza indivisible y difuso ahora está formado por dos piezas hermosas. 

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