09 Jun Mamifera(II)
Mamífera (II): la historia de mi parto
Como te conté aquí, me pasé mi embarazo leyendo. Y entre lectura y lectura llegó el día del parto.
No había notado contracciones antes, ni siquiera las de Braxton-Hills, así que cuando empecé a sentir contracciones a las 8 de la mañana pensé que en unos días podría llegar el momento. Salí a pasear y después de comer le dije a mi pareja: “Voy a avisarte cada vez que me venga una contracción, son ya muy seguidas y algunas ya me duelen un poco”.
En la educación maternal nuestra matrona nos había dicho: “Si creéis que estáis de parto es que no lo estáis. Cuando lo estéis lo vais a saber porque duele”. Ese era mi mantra todo el tiempo, por nada del mundo quería ir al hospital y venirme de vuelta a casa porque no estaba dilatada. O peor aún, llegar al hospital dilatada de dos o tres centímetros y pasar muchas horas esperando allí. Prefería estar el máximo de tiempo en casa, así que preparé mi pelota de pilates, me senté encima y me pinté las uñas. Si, eso que no está nada indicado porque los anestesistas necesitan ver el color de tus uñas para comprobar ciertos parámetros corporales, pero ese dato no lo sabía. Para mí fue un ritual de despedida.
Me encanta pintarme las uñas. Es un momento que me dedico a mí misma, que luego tiene un reposo obligado en el que suelo ver una serie o una película. Lo asocio con descanso, ocio en soledad y autocuidado. Sabía que cuando naciera mi pequeña no tendría muchos momentos para esas tres necesidades, así que de algún modo sentía que era mi última oportunidad en meses y que sería una forma bonita de despedirme de esa mujer que se apartaba a un lado para que llegara la madre.
Me pinté las uñas entre contracción y contracción, ese momento de tranquilidad y maravillosa ausencia de dolor que viene después de cada contracción. Me pintaba dos, a lo sumo tres y esperaba a que mi cuerpo me avisara de que venía otro pico de dolor. Ante esas señales yo sólo decía el nombre de mi pareja y él se acercaba a donde yo estuviera, esperaba que decidiese la postura que necesitaba tomar y cuando yo le decía él ponía sus manos en mi espalda haciendo presión. Eso me aliviaba muchísimo.

Cuando las horas iban pasando le pedía que presionara con más y más fuerza. Él sorprendido de tener que sacar toda su fuerza me decía que tenía miedo de hacerme daño, pero una mujer en el momento del parto es capaz de soportar una presión infinita, y a mí la suya en los riñones me aliviaba. Mientras él presionaba yo respiraba hondo, y trataba de llevar esa respiración a mi abdomen y mis riñones, justo donde las contracciones más dolían.
Así entre respiraciones, ojos cerrados y luces apagadas llegaron las 10 de la noche.
«A las diez y media nos vamos. Llama a un taxi y que esté aquí a esa hora para llevarnos al hospital», le dije.
Aún tenía la duda de si sería ya un buen momento para ir al hospital. Mi miedo al parto me había hecho imaginarme destrozada, paralizada, llorando y muerta de dolor desde el minuto uno. Además no había roto la bolsa, que para mí era la señal clara de que el parto había llegado.
Cuando llegamos al hospital me dijeron que estaba de cinco centímetros, y pasé directamente a la sala de dilatación. No me lo podía creer.
“Confía Celia, el cuerpo sabe qué hacer. Confía, eres una más pariendo, la naturaleza está llena de mamíferas y todo va a ir bien. Vas bien”.
Así comencé mi diálogo interno conmigo misma, recordándome que la naturaleza es sabia.
Mi miedo al parto me había hecho imaginarme destrozada, paralizada, llorando y muerta de dolor desde el minuto uno.
Pero nada más lejos de la realidad
Entendiendo que cada dolor era un paso más para conocer a mi bebé, y sintiendo la mano de mi pareja que me sostenía y me apoyaba. Pude conectar conmigo misma al 100%.
Escuchar lo que mi cuerpo me decía. Con la luz tenue la matrona entraba de vez en cuando a verme y se deshacía en palabras de aliento. Fue respetuosa, nada intervencionista y un amor en sus formas. Me explicó cada paso del proceso, respiró conmigo dándome la mano cuando el dolor se hacía dificil, y respetó mi plan de parto tal y como yo lo había escrito. GRACIAS.
Gracias por tener un trabajo hermoso y hacerlo hermoso.
Suerte la nuestra de tener profesionales así de maravillosos en la sanidad pública.

El parto es la experiencia más empoderante que he tenido en mi vida.
Sentir que soy capaz dealbergar vida y traerla a este mundo.
Cuando lo recuerdo aún me llega la resaca de amor propio, fuerza y orgullo que me causó
Cuando pienso en mi parto aún me llegan recuerdos de la fuerza que sentí en mi interior. De lo bonito que fue tener la mano de mi pareja apoyada en mi hombro. El parto es la experiencia más empoderante que he tenido en mi vida. Sentir que soy capaz de albergar vida y traerla a este mundo, conocer la luz de un bebé recién nacido que me mira a los ojos y sentir su olor en mi pecho tras 9 meses de cambios físicos es algo indescriptible. Cuando lo recuerdo aún me llega algo de la resaca de amor propio, fuerza y orgullo que me causó.
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