Terapia online

Ana A, la mujer que siempre decía que sí.

Ana A, la mujer que siempre decía que sí

Ana acudió a terapia porque decir que sí a todo la había dejado sin espacio para lo importante

Antes de que sigas leyendo es importante que sepas algo. Por supuesto no trabajo con nadie que se llame Ana. He cambiado el nombre por privacidad. Todos los datos personales son inventados, pero la esencia del caso es real. 

Ana A. Era la mejor diciendo que sí. Y precisamente eso era lo que le decían sus compañeras de trabajo a menudo.

«Ana, eres la mejor. Gracias por cambiarme el turno». Y ella sonreía.

De verdad era sincera cuando decía que sí. Le pedían un favor o le proponían algo y ella automáticamente respondía con lo que le salía desde las tripas. Un enorme Sí.

El pellizco venía después. Cuando se veía con turnos imposibles porque había cambiado a sus compañeras los horarios. Ella se decía «bueno, es que M. tiene hijos, normal que me lo pida». Pero a una parte de si misma esto no le valía. 

También venía el pellizco cuando iba de camino a esa comida familiar donde no quería ir. Ella se decía: «cómo no voy a ver a mi tía R. la pobre». Pero a una parte de sí misma esto no le valía.

El pellizco apretaba cuando veía que se comprometía a tantas cosas que iba corriendo de un lado a otro y casi no le daba tiempo a comer la mitad de los días. Ella se decía: «es que todos los planes que me proponen me gustan, no puedo perderme ninguno». Pero en el fondo esto ya no le valía.

El problema llegó después de años de decir sí a todo y a todos. Cuando el pellizco era tan fuerte que dolía.

Y por una vez dijo sí a su propio estómago.

Cogió el teléfono y me escribió. Le resultaba más fácil que una llamada. 

«Creo que necesito ir a terapia».

Así empezó su camino, y yo la acompañé. 

Y por una vez dijo sí a su propio estómago. 

«Creo que necesito ir a terapia»

 

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Se dio cuenta que ese sí que le salía buscaba agradar, buscaba cariño, buscaba que alguien la mirara con amor.

Se dio cuenta que ese sí sincero que le salía y luego dolía buscaba agradar, buscaba cariño, buscaba que alguien la mirara con amor.

En el camino fue descubriendo cómo mirarse ella misma con amor. 

A medida que su autoamor creció, el número de veces que decía sí se iba haciendo más pequeño.

La terapia individual terminó un día de otoño.

Ana llevaba en el bolsillo un motón de noes que había incorporado a su vida, el recuerdo de un pellizco en el estómago y lo más importante, un puñado de síes a lo que de verdad le importaba. 

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